Tenían la belleza del salvaje, mi primera novela


Me hace muy feliz volver aquí, después de tanto tiempo, para deciros que ya está en librerias Tenían la belleza del salvaje, mi primera novela, una criatura de infancia y bosque. 

La publica Harpo Libros y puede comprarse online -y en tienda- en Casa del libro, Fnac, Amazon, Iberlibro...; y en librerías físicas, entre otras, en La Central (Madrid y Barcelona), Rafael Alberti, Cervantes y cía, Arrebato Libros, Nolleguiu, Bartleby, Dadá... 


Aquí os dejo una lista con todas las librerías de España donde puede encontrarse:


Ojalá os seduzca y os lleve de la mano al bosque.

tus ramas/mis huesos, o cómo el bosque habita dentro y fuera de los cuerpos

Soy la que se detiene ante un árbol
y se describe en su sombra.

Natalia Litvinova


tus ramas/mis huesos es un libro, un híbrido, el bosque. Un hogar para el cuerpo y el salvaje, para el que teme y el que se rinde a la caricia de la savia. Es la voz de diecinueve poetas a los que admiro y a los que doy las gracias una y otra vez por prestarme sus palabras y sus árboles. Yo, a cambio, les regalo mis imágenes.


adiós gorrión.
hola abedul.

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Comen flores los domingos, estas niñas, estas niñas mías que me observan. Juegan en la ribera, ríen, devoran con sus dientes los tallos que se quiebran. Sorben la savia de los árboles, crecen, crecen ramas en su cuerpo que se enredan, que acarician brevemente mi frente descubierta. Son ahora la espesura de los bosques, estas niñas, la sombra que se proyecta sobre los hombres de las estepas. 

(...)

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Dormita la muchacha, desnuda, junto al árbol caído. Es hoy el bosque el animal, respira, palpita sobre el cuerpo entumecido, este cuerpo, digo, este cuerpo junco que brota junto al río. Es hoy y no otras veces, vibra, se oye su voz entre las copas. Habla. Mueve los labios la niña, ahí en el suelo, dormida como el ángel, y el bosque tiembla y se sacude, entiende el lenguaje de los niños, de estos niños locos que se abrazan a mi falda. Y así conversan ambos, en la quietud de la tarde, mientras yo los miro, aquí la niña, aquí este árbol viejo donde me siento.

(...)

Los niños, los salvajes


Era fácil confundirlos. No crecían lo debido y siempre tenían hambre. Sus padres eran hombres de los campos, una masa gris estremecida. Nunca sabían cuántos eran, cuántos se sentaban a la mesa. Los niños nacían y morían, perecían sin nombre, una lápida en el bosque. A veces una madre les lloraba, se apretaba el vientre y maldecía, pero no era lo corriente. Allí en el páramo el viento cortaba, y en la cama todo era más amable. Por eso crecían los niñitos como la hiedra, salían de todas partes y nadie los cuidaba. Nadie los quería y sin embargo allí estaban. 

***

Me voy, un tiempo. A jugar con los niñitos de la calle, a conocer a las muchachas. Vendré de vez en cuando, volveré con el invierno. Mientras, estaré a un correo de distancia. 

Duerme en la cama, esta mujer nuestra, esta desconocida que a veces nos observa. A través del velo de los sueños acaricia la cabeza del enfermo, lo calma, acuna lentamente su cuerpo entumecido. Le llora levemente, le habla, y él le devuelve la sonrisa, sonríe y calla, porque la voz se le adormece con el sonido de la lluvia, es un hilo nada más en este tiempo. La voz que habita ahora en la memoria y que llega, pálida como el fantasma, singularmente hermosa, hasta la mujer en estos días, en estas noches sin luna en las que el sueño la posee como el amante, la tienta, la abraza.

(...)

Alguien tala el cuerpo árbol de la muchacha. En el río, juegan las criaturas, salvajes como fieras, rientes como lunas del estío. Saben de la muchacha y de su herida. Saben de la muerte y sin embargo nada dicen. Se pasan el pan unos a otros, clavan bien el diente y me sonríen, tienden sus manitas sonrosadas para que los coja entre mis brazos. Y allá en el bosque gime la muchacha.

(...)
Crecían fuertes como árboles, allá en los bosques, las niñas de mejillas rosadas. Atrapaban al incauto entre sus brazos pequeños y comían, comían su cuerpo ajado por el tiempo y por la vida, comían la entraña con sus dientes de luna hasta no dejar nada. Bebían luego en los ríos, se bañaban, y hasta mí llegaba el sonido de su canto, las voces hermanadas que reían y jugaban.

Yo temía a las muchachas. No así a los niños, a los pequeños de la plaza. Salían de los bosques con sus cabellos largos, brillantes como luces en la noche, y nunca reían. No allí entre nosotros, no allí las muchachas. Quizás por eso las temía cuando me miraban. Quizás por eso, pensaba.

(...)
Hoy es la chiquilla, en esta cama, la lluvia pronta del verano que comienza. Abre los ojos y me observa, y habla, habla de las criaturas de la clase, de las niñas vestidas de domingo que pasean y se abrazan, que se palpan la piel y las carnes y no tienen miedo porque por qué tenerlo si se quieren, eh, si se saben al amparo de los árboles.

Ha traído vino y miel para la tarde, y bebe ahora la bebida caliente, la sorbe y me la tiende, y yo doy un trago largo y le pido que me hable, que me cuente, cómo son esas muchachas y qué ha hecho con ellas. Si se ha dejado arrullar también bajo la arboleda, si sus manos son el pan y la caricia, si son aquí y ahora las mismas que entonces. Y Francesca ríe y calla, y la miel que se derrama de su boca y hace un charco en la cama, y yo sé que nada nunca es lo mismo, que el amor entre criaturas no es ni por asomo esto que tenemos, esto que aquí y ahora es como la lluvia del verano.

(...)